El verano estallo en
el sur del mundo, con pronósticos alentadores de los chantas y de los que
saben.
“Este será el verano
más caliente de los últimos treinta años.”
Y de tanto repetirlo
en radio, televisión, chusmerío de esquina, salas de espera; se cumplió.
El sol se calentó y
desato toda su furia sobre los incrédulos, los crédulos y los indefinidos.
Día y noche el sol
lleno, el sol creciente, el sol cuarto caliente.
Y la gente compro
aire frio, ventiladores de doce aspas, abanicos ambidiestros, camas refrigeradas;
en un intento
infructuoso de buscar un frescor a esos cuerpos ardientes.
El agua bendita, la
bendita agua, era el único paliativo para el estado febril de los cuerpos.
Mangueras, baldes,
latones, piscinas de plástico, de madera, de vidrio, todo vale.
Agua natural, de
mar, de arroyo, de rio, de manantial, dibujada con lápiz azul.
Las costas se
llenaron de sonámbulos buscadores de enfriamiento, sin diferenciar edad, sexo,
estado socioeconómico.
El agua bendita, la
bendita agua, de tanto mojar esos cuerpos casi crocantes, se fue agotando, fue
bajando la marea, se mostraron los cauces secos de los ríos, una cañada se
volvió apenas un hilo y el lecho de piedra se mostró de piedra y seco.
En la misa del
domingo rezaron para que lloviera.
En el parlamento el
lunes, decretaron lluvia, sin que el clima acatara su legislación.
El martes sin
casarse, ni embarcarse por falta de agua, prendieron velas a Yemanja en la
playa seca.
El diario del
miércoles en primera plana mostraba las imágenes de cuatro nubes detectadas en
la tarde pasada, en tamaño natural. (La más grande de treinta y dos centímetros
cuadrados)
Jueves y viernes la
central obrera decreto para general de brazos calientes y hasta los desocupados
acataron la medida.
Movidos por la fe o
por la razón, por las dos cosas o la perdida de ellas, la gente se lanzó a la
calle a reclamar. Primero al presidente, que perdido en su chacra, seguía
manguareando, sin agua, sus hortalizas.
Después al ministro
y a la policía, a los maestros, al juez de paz y el juez del clásico.
Creyentes y ateos
llenaron las iglesias, reciclaron rezos mal aprendidos y le reclamaron a dioses
y santos.
Bajo un solo himno,
bramido, las voces transformadas en trueno, todas las voces, desentonaron bajo
la misma melodía:
“que llueva que llueva,
la vieja está en la cueva los pajaritos cantan , la vieja se levanta.
Y como un grito de
gol, de rabia , de guerra , con los puños cerrados, temblaron las calles
agrietadas de tanto sol.
…. Que si, que no,
que caiga un chaparrón arriba del colchón.”
La lluvia
escucho y desato toda su furia sobre los incrédulos, los crédulos y los
indefinidos.
Día y noche el agua
caía del cielo.
La gente festejaba
tan grande bendición
Día y noche, hacían
y desasían el amor preferentemente bajo techos de metal.
La alegría de la
lluvia duró días.
La alegría de la
lluvia pasó semanas instalada.
La lluvia de mierda,
no paro en meses.
Movidos por la
fe o por la razón, por las dos cosas o la perdida de ellas, la gente se lanzó a
la calle a reclamar.