jueves, 6 de febrero de 2014

PRONÓSTICOS

El verano estallo en el sur del mundo, con pronósticos alentadores de los chantas y de los que saben.
“Este será el verano más caliente de los últimos treinta años.”
Y de tanto repetirlo en radio, televisión, chusmerío de esquina, salas de espera; se cumplió.
El sol se calentó y desato toda su furia sobre los incrédulos, los crédulos y los indefinidos.
Día y noche el sol lleno, el sol creciente, el sol cuarto caliente.
Y la gente compro aire frio, ventiladores de doce aspas, abanicos ambidiestros, camas refrigeradas;
en un intento infructuoso de buscar un frescor a esos cuerpos ardientes.
El agua bendita, la bendita agua, era el único paliativo para el estado febril de los cuerpos.
Mangueras, baldes, latones, piscinas de plástico, de madera, de vidrio, todo vale.
Agua natural, de mar, de arroyo, de rio, de manantial, dibujada con lápiz azul.
Las costas se llenaron de sonámbulos buscadores de enfriamiento, sin diferenciar edad, sexo, estado socioeconómico.
El agua bendita, la bendita agua, de tanto mojar esos cuerpos casi crocantes, se fue agotando, fue bajando la marea, se mostraron los cauces secos de los ríos, una cañada se volvió apenas un hilo y el lecho de piedra se mostró de piedra y seco.
En la misa del domingo rezaron para que lloviera.
En el parlamento el lunes, decretaron lluvia, sin que el clima acatara su legislación.
El martes sin casarse, ni embarcarse por falta de agua, prendieron velas a Yemanja en la playa seca.
El diario del miércoles en primera plana mostraba las imágenes de cuatro nubes detectadas en la tarde pasada, en tamaño natural. (La más grande de treinta y dos centímetros cuadrados)
Jueves y viernes la central obrera decreto para general de brazos calientes y hasta los desocupados acataron la medida.
Movidos por la fe o por la razón, por las dos cosas o la perdida de ellas, la gente se lanzó a la calle a reclamar. Primero al presidente, que perdido en su chacra, seguía manguareando, sin agua, sus hortalizas.
Después al ministro y a la policía, a los maestros, al juez de paz y el juez del clásico.
Creyentes y ateos llenaron las iglesias, reciclaron rezos mal aprendidos y le reclamaron a dioses y santos.
Bajo un solo himno, bramido, las voces transformadas en trueno, todas las voces, desentonaron bajo la misma melodía:
“que llueva que llueva, la vieja está en la cueva los pajaritos cantan , la vieja se levanta.

Y como un grito de gol, de rabia , de guerra , con los puños cerrados, temblaron las calles agrietadas de tanto sol.
…. Que si, que no, que caiga un chaparrón arriba del colchón.”

 La lluvia escucho y desato toda su furia sobre los incrédulos, los crédulos y los indefinidos.
Día y noche el agua caía del cielo.
La gente festejaba tan grande bendición
Día y noche, hacían y desasían el amor preferentemente bajo techos de metal.
La alegría de la lluvia duró días.
La alegría de la lluvia pasó semanas instalada.
La lluvia de mierda, no paro en meses.


 Movidos por la fe o por la razón, por las dos cosas o la perdida de ellas, la gente se lanzó a la calle a reclamar.