sábado, 9 de octubre de 2010

Descanso de pinceles

Se despertó el domingo no muy temprano, como es su costumbre,
despejando una resaca pegajosa que mucho le cuesta despedirse.
Bajo un sol ni creciente ni menguante, simplemente, sol lleno.
 Entré a la calle rumbo a la feria de Tristán  Narvaja, feria del rastro en algún lado, feria de pulgas en otro, cita ineludible desde hace mucho tiempo que me esperaba tendida en su laberinto de calles.
Buscador empedernido de nada, coleccionista desmesurado de casualidades, devoto del regateo, amigo de lo inútil pero bello, me deje ir.
Un cacharro, un culo, un tapiz, unos ojos, un mazo de cartas sin sotas, todo lo miro sin mirar. Todo la atesoro en mi memoria, nada me sorprende, nada me grita desde su silencio.
Un molinillo de café mas viejo que yo y eso es bastante, impregna mis narinas imaginarias. Una radio a válvulas silenciosamente canta un tango de Gardel y sin tocarla, corro el dial un par de líneas y me quedo escuchando a Julio Sosa.
Un cable a tierra se tiende abruptamente cuando mis ojos se posan en cuadro
Se contornean en un dos por cuatro, las líneas negras, los rostros sin caras.
Inconfundible vuelve a mi memoria el pintor de los bigotes largos, el hijo del pintor constructivista que junto a Torres concretó el abstracto.
Y el domingo se hizo lunes, martes o cualquier día cuando por las tardes en el taller hacíamos un mate.
Volvió el maestro de consejos duros variando sus sentencias del negro al blanco cuando humildemente casi con temores pedía su veredicto a un nuevo cuadro.
“Esto es una mierda, mejor tiralo, pues no tiene alma” “Este puede andar, pero no mientas” “Este sí, este me gusta, guárdalo” Y sin pedir permiso a su pintura, le daba al mío un lugar en el caballete grande, prendía un tabaco y la luz apropiada y nos quedábamos en silencio , hasta que el cuadro hablara.
El silencio lo rompió el vendedor de la feria, después de un minuto o dos o una eternidad de mi mirada. “Es de Antolín Montiel vale….” yo ya no lo estaba escuchando.
“Murió  hace poco” y se me cayo el corazón, el culo y por poco las lagrimas.
Se le paro el reloj, ese que late al poco tiempo de volver de Europa, de volver de los sueños , de volver de esa Barcelona que había soñado.
Se nublo el sol que ardía a cuarenta grados en un cielo despejado.
Desandar el corto camino se me hizo muy largo, el cuadro bajo el brazo.
Hoy hay un lugar lleno en la pared de casa y un vacío al costado.
Las cosas no pasan sin dejarnos algo, justo en el momento que tengo que encarar la pintura medio en serio, se me queda un maestro en el camino, uno más de unos cuantos.
Rescato, atesoro, guardo desordenadamente tus consejos, tus palabras, tus silencios, guardo el festejo de una buena muestra que dio para un té con hielo importado, o la tarde que juntamos las monedas para una cerveza mano a mano.
Vos ya no vas a estar paseando por las calles del mercado, pero si están tus puertos, tus putas, tus borrachos, tus tangos, tu huella de boliches trasnochados en los rostros sin cara que somos todos nosotros los que vivimos  en tus cuadros.
Salú  Antolín, aun me queda algo de óleo en el pomo, cuando termine subo.